El América y su eterna exigencia: por qué ya no se celebran los torneos “buenos”, sólo los títulos

América es un club exigente y los títulos es lo único que sirve.

América siempre tiene que ir por más.
América siempre tiene que ir por más.
Foto de Diego Becerra
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OPINIÓN

En el Club América existe una regla no escrita que con el tiempo se hizo más pesada, más firme y más inflexible: a este equipo no se le aplaude por competir, se le exige ganar. No importa cuántos puntos se sumen en la fase regular, qué récords se rompan, cuántas figuras brillen o qué tan sólido parezca el proyecto. En Coapa, los torneos “buenos” dejaron de tener valor hace muchos años. Hoy, el americanismo vive bajo una premisa absoluta: si no hay título, no hay nada que celebrar.

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El problema o la grandeza, según cómo se vea, es que esta exigencia no surge de la directiva ni de los medios. Nace de la propia historia del club, de los campeonatos conseguidos, de las plantillas de élite que han pasado por el Nido y de una afición que aprendió a vivir al ritmo de las Liguillas. Cuando un equipo se acostumbra a ganar, cualquier temporada en la que no levante el trofeo automáticamente queda marcada como un fracaso. Esa mentalidad es la que mantiene al América en la élite… pero también la que lo obliga a convivir con una presión que ningún otro club de México enfrenta.

En los últimos años, incluso los torneos donde América fue líder, dominó al rival o mostró un futbol sólido fueron recibidos con un “estuvo bien, pero faltó lo más importante”. Para la afición azulcrema, ser protagonista no basta, y mucho menos terminar entre los primeros lugares si al final la fiesta grande se cobra el peaje emocional de siempre. Lo que para otros clubes sería un éxito deportivo, en Coapa apenas es una obligación básica. Eso también explica por qué cada derrota en Liguilla se convierte en una tormenta mediática, por mínima que sea.

Sin embargo, esta cultura de exigencia también tiene un costo. Provoca que muchas veces se minimicen procesos, se ninguneen campañas destacadas o se subestime el crecimiento futbolístico. El América ha tenido etapas recientes donde jugó mejor que casi todos, donde dominó desde la posesión, desde la presión alta o desde la contundencia ofensiva… pero si el torneo termina sin trofeo, todo eso desaparece del discurso. La exigencia es tan grande que ya no existe espacio para los matices, para el análisis profundo o para reconocer que, incluso en el fracaso, hubo aspectos positivos.

Por otro lado, esta presión constante también funciona como motor. El América no se da el lujo de dormirse. No puede relajarse, no puede reconstruir a medias y no puede justificar errores con discursos vacíos. Cada torneo tiene que aspirar al título. Cada refuerzo debe estar a la altura. Cada jugador que se pone la camiseta sabe que un buen año sin campeonato no será recordado, ni por la afición ni por la historia. Es una carga pesada, sí, pero también es la razón por la que el club sigue siendo el más grande de México y uno de los más respetados del continente.

Al final, el América es víctima y beneficiario de su propia grandeza. Sus torneos “buenos” ya no impresionan, sus lideratos no sorprenden y sus eliminaciones, por muy dignas que sean, se analizan como desastres. Pero así es la vida en Coapa: las temporadas se cuentan en títulos, no en puntos, y mientras sea así, el club seguirá viviendo bajo una exigencia desproporcionada, pero también incomparable. Y es precisamente esa exigencia la que mantiene vivo el ADN ganador del América. Aquí, competir nunca alcanzará. Ganar es la única manera de satisfacer a una afición que nació para ver campeones.

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